La farmacia en la que trabajaba en Uruguay también tenía un sector de perfumería. Un día, la farmacia estaba llena de pacientes y, en medio de la confusión, un señor de gafas oscuras cogió un cofre de Fahrenheit 32. Cuando me di cuenta, ya lo tenía guardado. Le pedí que me lo entregara y, para mi sorpresa, lo devolvió con una sonrisa.