Las mejores mías son de guardia, como cuando a las 3 de la mañana abrí el guardiero y me encontré el poyete blanco entero porque tres chavales habían decidido que era el sitio perfecto para repartir la droga. Ya te ves a la pobre que había tocado el timbre (a por un biberón. ¿Quién no ha vendido un biberón de madrugada?) contándome lo que necesitaba mientras yo reñía (desde la seguridad de estar encerrada, claro) a los chicos.